viernes, 25 de septiembre de 2009

RAZONES PARA AMAR A DIOS según San Bernardo



San Bernardo de Claraval (1090-1153) ingresó al Císter y promovió la difusión de esta orden religiosa. Infuyendo sobre que toda Europa, impulsó la segunda cruzada, defendió al papa durante el cisma y se opuso a Abelardo. Sus encendidos escritos apuntan a una mística cristocéntrica y a una fuerte devoción mariana.

En su Tratado del Amor a Dios señala las razones para amarle:

“Luego, si preguntamos qué derechos tiene Dios a nuestro amor, lo que en primer lugar se nos ofrece es que El nos amó a primero. Bien merece que le paguemos con amor, mayormente si ponderamos quién fue el que se adelantó a amar y a quienes y cuánto les ama”.
Nuestro amor es solo respuesta a un amor que parte de Dios primero. Por otra parte, debemos amar a Aquel de quien todo lo hemos recibido. Así, de Dios nos vienen los bienes del cuerpo:
"Porque ¿quién si no El proporciona alimento a todo el que come, y luz al que ve, y aliento al que respira?”

Más importante aún, están los bienes del alma que nos entrega Dios:
“Busque el hombre bienes más eminentes en aquella parte más noble de su ser, que es el alma, y en ella hallará la alteza de su dignidad, la luz de su inteligencia y la eminencia de la virtud. La alteza de la dignidad del hombre creo está en su libre albedrío, por el cual no sólo le es concedido superar a todos los demás seres vivientes, sino también sujetarlos a su imperio. Por la luz de la inteligencia le es dado conocer su dignidad, aunque entendiendo que no le viene de sí mismo. La virtud, en fin, es la que le hace buscando no remisamente a Aquel por quien existe, y retenerle fuertemente una vez hallado. Así, pues, cada uno de estos tres últimos bienes se nos ofrece con un doble aspecto, ya que la alteza de la dignidad muéstrase no sólo en la dicha prerrogativa, propia de la naturaleza humana, sino en el poder de dominar concedido al hombre, y que se echa de ver en el respeto que inspira a todos los demás seres vivientes de la tierra. También la luz de la inteligencia es doble, si sabe conocer la alteza de la dignidad o cualquier otro bien que halla en sí, reconociendo que no ha de atribuirlo a su propio valer. En fin, la virtud aparece en los dos aspectos indicados, en sí sabe buscar con firmeza de voluntad a su Criador y si, una vez encontrado, se une inseparablemente a El. Por tanto, la dignidad de nuestra naturaleza, sino va acompañada de la luz de la inteligencia, no nos sirve de nada; y esta inteligencia, si va sin la virtud, antes nos daña que aprovecha”.

Se destaca aquí la relación que aparece entre dignidad del hombre y libre albedrío.

Para los cristianos, además de los bienes de la naturaleza están los bienes sobrenaturales que Dios nos brinda en Cristo:

“Ve al rey Salomón ceñida en sus sienes la diadema con que le coronó su madre la Sinagoga en el día de su desposorio; ve al Unigénito del Padre llevando sobre sus hombros la cruz; ve al Señor de la majestad herido y escupido; ve, en fin, al Autor de la vida y de la gloria fijo en la cruz, taladrado con clavos, por lanza traspasado, saturado de oprobios, dando por sus amigos aquella su amadísima alma y vida; y cuando todo esto ve, siente que la daga del amor le abre más honda herida en el pecho”.

martes, 8 de septiembre de 2009

LA TEOLOGÍA MISTICA del Pseudo Dionisio


Recurriendo al nombre de Dionisio Areopagita, discípulo de San Pablo, el Pseudo Dionisio escribe en el siglo VI una serie de escritos en donde usa la fuerza del pensamiento griego para expresar el mensaje cristiano. El neoplatonismo es la expresión, la búsqueda del Dios de la fe es la intención.

Nos han llegado de él diez cartas y cuatro tratados, que son: Sobre los nombres de Dios, Sobre la jerarquía celestial, Sobre la jerarquía eclesiástica y Sobre la teología mística, que aquí comentamos.

Reconociendo que existe un camino de teología positiva, que consiste en afirmaciones sobre Dios, el Pseudo Dionisio nos invita en su Teología Mística a seguir la teología negativa, el camino de la negación, de saber que no podemos decir ni pensar nada que sea adecuado a Dios. En efecto, para este autor, Dios es la Causa universal está por encima de todo lo creado. Se sitúa más allá de todo, trasciende a todo. Por eso no podemos hablar de ella ni entenderla.

Para alcanzar a Dios hay que remover todos los obstáculos.

“Miremos, por tanto, aquella tiniebla supraesencial que no dejan ver las luces de las cosas”.
“Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al Incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo envuelven”.


El Pseudo Dionisio nos invita a renunciar a los sentidos y al mismo entendimiento para entrar en la contemplación mística y elevarse en éxtasis a Dios:

“Ésta es mi oración. Timoteo, amigo mío, entregado por completo a la contemplación mística, renuncia a los sentidos, a las operaciones intelectuales, a todo lo sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun de las que no son y elévate así, cuanto puedas, hasta unirte en el no saber con aquel que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas, arrojándolo todo y del todo, serás elevado en puro éxtasis hasta el Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia”.

“¡Ojalá podamos también nosotros penetrar en esta más que luminosa oscuridad! ¡Renunciemos a toda visión y conocimiento para ver y conocer lo invisible e incognoscible: a Aquel que está más allá de toda visión y conocimiento!”.


El Pseudo Dionisio nos aclara este proceso comparándolo con la acción del escultor, que remueve el exterior para dejar que se revele la belleza:

“Porque ésta es la visión y conocimiento verdaderos: y por el hecho mismo de abandonar todo cuanto existe se celebra lo sobreesencial en modo sobreesencial. Así como los escultores esculpen las estatuas, quitando todo aquello que a modo de envoltura impide ver claramente la forma encubierta. Basta este simple despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza”.

Permaneceremos entonces en silencio ante el Dios inefable, cuya realidad también es silenciosa:

“Por tanto, ahora, a medida que nos adentramos en aquella Tiniebla que hay más allá de la inteligencia, llegamos a quedarnos no sólo cortos en palabras, sino más aún, en perfecto silencio y sin pensar en nada”.
“la misericordiosa Causa de todas las cosas es elocuente y silenciosa, en realidad callada. No es racional ni inteligible, pues es supraesencial a todo ser”.

Este camino de ascenso es comparable al que realizó Moisés en su ascenso al monte:

“Entonces, es cuando libre el espíritu, y despojado de todo cuanto ve y es visto, penetra (Moisés) en las misteriosas Tinieblas del no-saber. Allí, renunciado a todo lo que pueda la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser. Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido por lo más noble de su ser con Aquel que escapa a todo conocimiento. Por lo mismo que nada conoce, entiende sobre toda inteligencia”.

Estas ideas del Pseudo Dionisio permearon la Edad Media, principalmente gracias a la traducción de sus obras al latín por Escoto Erígena en el siglo IX, durante el renacimiento carolingio. El Pseudo Dionisio es citado 1.760 veces en su Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino